Cuando las flores nacen sobre las mascarillas

En el mes de mayo, cuando las floreces y el color vuelven a nacer, en las mascarillas, también. Algunos de mis vecinos han confeccionado las suyas en sus casas y las han combinado con sus prendas de vestir. Juro que, en todo este tiempo, me ha dado tiempo a verlas de todos los modelos, habidos y por haber: de papel, de tela, con y sin filtro, con topos de mil colores, a rayas… Y en todas ellas, rebosa vida.


También me he dado cuenta de que los pómulos se acercan más a las ojeras que antes. Y las patas de gallo, también. Pero a mí me encanta. Me fascina porque es sinónimo de que la alegría ha vuelto a las calles en todo su esplendor, a pesar de que las sonrisas queden ocultas entre nuestras mascarillas. 


Cuando me cruzaba con mi vecino, descubría que había rescatado los bastones de marcha rápida que utilizaba antes y los había aprovechado para estos paseos interminables y apurados hasta el atardecer.
En el campus de la universidad veía aficionados correr. Seguramente más que antes, cuando bajaba cada mañana a la facultad y se cruzaban en mi camino. Y casi, sin darme cuenta y por la emoción del momento, les sonreía inconscientemente. Mis pómulos y mis patas de gallo también se levantaban. Aparecía el súper poder de estas mascarillas que había comprado pocos días antes de que comenzara este mes tan especial, mayo.
Ahora, nuestros sentimientos corren por nuestras venas a una velocidad increíble y supongo que es lo que nos toca, y nos merecemos, después de tanto tiempo. 
Aún no he visto a algunos de mis familiares, pero por precaución es lo que debo hacer. La responsabilidad se ha convertido en uno de los valores más aclamados durante esta cuarentena. Porque, para que ellos estén bien, tú también tienes que estar bien. 

De las vecinas que viven en mi bloque, muchas se siguen vistiendo de punta en blanco y han incorporado sus mascarillas a los looks. Y para no desentonar, se rizan sus pestañas y se maquillan con atrevidas sombras de ojos. Porque el color y la vida también han vuelto a mi bloque. Se nota la alegría entre los vecinos al verse de nuevo.
Cuando bajo por las escaleras, veo que esperan al ascensor y de pronto, se percatan de mi presencia y se voltean para saludarme con esa alegría contagiosa de cada mañana. Y me atrevería a decir que también su sonrisa aunque no pueda alcanzar a verla por la mascarilla. No han cambiado desde que comenzó el confinamiento. Siguen igual de majicas. Y me doy cuenta, ahora, de que muchos de estos momentos se convierten en la “noticia del día”. Quieres que conocidos y desconocidos se encuentren bien. Esto es de lo más bonito que me ha enseñado esta cuarentena.

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