En el mes de mayo, cuando las floreces y el color vuelven a nacer, en las mascarillas, también. Algunos de mis vecinos han confeccionado las suyas en sus casas y las han combinado con sus prendas de vestir. Juro que, en todo este tiempo, me ha dado tiempo a verlas de todos los modelos, habidos y por haber: de papel, de tela, con y sin filtro, con topos de mil colores, a rayas… Y en todas ellas, rebosa vida. También me he dado cuenta de que los pómulos se acercan más a las ojeras que antes. Y las patas de gallo, también. Pero a mí me encanta. Me fascina porque es sinónimo de que la alegría ha vuelto a las calles en todo su esplendor, a pesar de que las sonrisas queden ocultas entre nuestras mascarillas. Cuando me cruzaba con mi vecino, descubría que había rescatado los bastones de marcha rápida que utilizaba antes y los había aprovechado para estos paseos interminables y apurados hasta el atardecer. En el campus de la universidad veía aficionados correr. Seguramente más que antes, ...